miércoles, 20 de febrero de 2008

25 años de Blade Runner. Algunos aspectos de una de las mejores películas de la historia


-Lástima que ella tenga que morir, pero… ¿Quién vive?-
En esta lacónica advertencia, que el misterioso Gaff (papel breve pero fundamental en la trama del film, magistralmente interpretado por E.J. Olmos) le lanza a Deckard, se condensa, en mi opinión, la esencia de la película. Más incluso que en el célebre lamento final de Roy Batty. Ambas frases transmiten, en última instancia, un mismo mensaje, oscuramente existencialista y ambiguo: ¿Cuál es el sentido de esta estúpida vida? ¿Podrá el amor finalmente redimirnos? Preguntas que no tienen una respuesta fácil y que, como en todas las obras de arte que han persistido a través del tiempo, quedan varadas en una paradoja imposible de resolver.

Por supuesto, estamos hablando del montaje del director, no de la descafeinada versión que pudo visualizarse en las pantallas allá por los años ochenta. Harrison Ford interpreta (de forma sólo correcta en mi opinión) a Rick Deckard, una especie de policía/mercenario, divorciado y alcohólico, que subsiste a duras penas en unos grises y decadentes Los Ángeles, proyección de su propia condición. Y por las noches, sueña con un unicornio que galopa libre por el bosque.

Probablemente estos escasos fotogramas, junto con el argumento paralelo del unicornio de origami que Gaff deja en el apartamento de Deckard, han sido subestimados frente a la eliminación de la escena final de la película, el happy end de la versión comercial de la película. La identificación de Rick Deckard con el unicornio tiene un significado profundo desde el punto de vista simbólico, porque este ser se identificaba con el espíritu en la tradición esotérica de occidente. Para los alquimistas, en la base del cuerno del unicornio podía hallarse la lapis mercurialis, la piedra filosofal, único medio para alcanzar la anhelada inmortalidad. Si, como especulaba Freud, los sueños son manifestaciones de nuestras carencias emocionales, lo que le faltaba a nuestro protagonista era un verdadero espíritu vivificador capaz de animar su mísera existencia cotidiana. Espíritu que éste cree encontrar en el amor hacia la bella replicante Rachel Rosen (Sean Young) y que conecta la faceta desesperanzada de la película con una trama salpicada de un romanticismo a la vez efectista e intimista (Una de las escenas más espeluznantes de la película es cuando Rachel se suelta el pelo mientras toca una etérea melodía al piano). Que este es uno de los ejes del film, lo confirma el propio Harrison Ford cuando define la película como “una historia sobre si se puede mantener una relación significativa con una tostadora”.

Al final, sin embargo, el drama desemboca en tragedia pues la vida misma es trágica, como bien sabían los griegos. Deckard cumple su deber y retira a Rachel, metáfora que refleja nuestras propias vivencias en las que el amor de juventud termina degenerando en una difícil convivencia matrimonial.

Por supuesto, la película pone sobre el tapete tantos temas que se presta a muchísimas más interpretaciones. Más allá de la fidelidad de la adaptación del relato de Philip K. Dick (Sueñan los androides con ovejas electrónicas), lo que está claro es que Blade Runner es la mejor obra de Ridley Scott, superior incluso a Alien, siendo uno de esos extraños casos en los que uno no sabe si decidirse por la novela o la adaptación cinematográfica. Y por último, resaltar la banda sonora de Vangelis, en mi opinión, una de las dos mejores B.S.O. de la historia del cine.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Efectivamente la película que comentas tiene mucho contenido, o tal vez muchos contenidos. Aunque la magia del arte está en cómo lo procesa cada observador.

El film ahonda en el miedo pavoroso del ser humano al propio paso del tiempo.

Señores el tiempo pasa.

Y si aceptamos la VIDA (no desde la sumisión sino desde el conocimiento) aceptaremos en ella la aparición de instantes fabulosos pero efímeros. La falacia es magnificar dichos instantes, pensar que son los únicos que llenan la vida.
La victoria en la carrera no es de quien llega a la meta (a estas alturas eso hemos de saberlo, ya superamos la pubertad intelectual no es necesario matar un mamut) hoy el reto es correr: empezar, seguir y continuar. Eso es la vida, anhelar una oveja real y enamorarse de Rachel, contradicciones, opuestos, vida y muerte.

Según afirman cientos de madres el instante del nacimiento es de una intensidad brutal y sin embargo, enseguida los bebes comienzan a llorar y la madre desea que ese instante no vuelva a tener lugar en bastante tiempo. Comienza una vida y no sólo una sino LA VIDA. Es esto: momentos dichosos y llantos, pero todos necesarios, el ying y el yang.

SUPEIN.