martes, 2 de octubre de 2007

Carta de despedida

Permanece en silencio. No me lances palabras en la distancia, pues la brisa de este oscuro atardecer se las lleva hacia un lugar donde no podrán ser escuchadas por ti ni por mí.

Mas en la distancia, entre las hojas que revolotean en el viento, entre el negro presagio de una noche solitaria, sin fin, sí distingo tu mirada que se clava en mi alma sin disimulos ni tapaderas. Una mirada que, por fin, acaba por desmenuzar mis más resistentes escudos. Una mirada que me desnuda mostrando el niño que a tu lado fui.

Quietos, bajo la lluvia y empapados ¿qué barreras, cariño mío, pueden llegar a separarnos? Esas barreras invisibles que, sin poder palparse, separan los caminos de tal manera que ya nunca, excepto en la confusión del recuerdo, volverán a juntarse.

Divergiendo, ya en la omnipresente noche, mientras los últimos vestigios del día se pierden, como un ser distinto te separas tú, que fuiste el latido de mi corazón, la carne de mi carne.

No me hables. No gastes las palabras. Falta no hace, alma mía, pues has de recordar que en la densa atmósfera del ocaso se difuminan hasta los más profundos sentimientos.

Permanece en silencio, déjame marchitar. Si has de marcharte, hazlo ya. Concédeme al menos, en esta primavera que decae, la gracia de la dignidad. Seguiré aquí, de pie bajo la lluvia, cuando hayas partido. A pesar de que ya nunca dejaré de amarte…

Carta escrita a I.R. 24-abril-1996